opinión
Se escribe y habla mucho sobre cuidar el agua que se está acabando. Esto incluye la visión del agua como factor escaso y rápidamente agotable. Si bien en circunstancias locales puede serlo, a gran escala, no es así. Más de mil millones de kilómetros cúbicos de agua se reparten entre mares y océanos, alrededor de veinte millones de kilómetros cúbicos se encuentran en acuíferos subterráneos y otra veintena de millones se encuentran congelados en los polos. Cierran el panorama algunos miles de kilómetros cúbicos que circulan por la atmósfera, ríos, lagos y otros cuerpos de agua menores.
Si consideramos que, a lo largo de un año, una persona promedio requiere bastante menos que una milésima parte de kilómetro cúbico, el panorama parece de abundancia extrema, pero hay algunos matices. Más del 95% del volumen está en los océanos y mares salados, que para su utilización requieren procesos especiales que reduzcan su cantidad de sales hasta hacerla apta para el uso que se le vaya a dar. Estos procesos requieren grandes cantidades de energía, estando en el orden de los 2 a 8 kWh (equivalente a entre una y tres heladeras con freezer funcionando todo un día) por cada mil litros de agua solo para su desalinización, sin contar la energía para bombear y distribuir. La desalinización también genera, como contrapartida, un efluente de alta concentración de sales, costoso de disponer en forma correcta.
Al margen del agua dulce almacenada en los polos, de evidentes complicaciones logísticas para su uso, queda el agua subterránea, atmosférica y la de cuerpos de agua superficiales. Esto es apenas alrededor de un 2-3 % del agua total, y está muy desigualmente distribuida, con zonas que tienen aguas subterráneas aptas, abundantes lluvias y ríos caudalosos o grandes lagos cercanos, mientras que otras tienen escasez de las tres cosas. En Argentina, alrededor de dos tercios del territorio responde a esta última caracterización, con escasez crónica en la disponibilidad de agua.
Sin embargo, incluso las zonas con abundancia de agua enfrentan problemas: una demanda creciente de agua aumenta la cantidad de energía e insumos requeridos para captar, tratar para asegurar la inocuidad y distribuir el líquido. Remontando el ciclo de vida, encontraríamos que estos insumos y equipos requieren diversos procesos industriales para producirse y que la energía, en una matriz energética como la Argentina, probablemente proviene de una central de eléctrica que utiliza gas para la generación.
Cada vez que una canilla queda abierta, un caño pierde o un proceso usa agua de forma ineficiente, la consecuencia no necesariamente será que desaparezca el agua, pero sí que progresivamente esta será más difícil y cara de poner a disposición con las condiciones requeridas, además de que con este desperdicio estaremos potenciando la ramificación de un abanico de impactos ambientales asociados cada vez mayor. Por esto, incluso en regiones como el Litoral y la Pampa Húmeda, dotadas de abundantes recursos hídricos, es imperativo cuidar el agua y usarla racionalmente.
Lic. Mariano Fernández
Director de la carrera Gestión Ambiental
Universidad CAECE, marzo 2019.