sábado, 23 de marzo de 2024

Las crisis del agua amenazan la paz mundial


internacional

El Informe Mundial sobre el Desarrollo de los Recursos Hídricos de 2024 de las Naciones Unidas, publicado por la UNESCO en nombre de ONU-Agua, señala que las tensiones que exacerban los conflictos a escala mundial. Para preservar la paz, los Estados deben fortalecer la cooperación internacional y los acuerdos transfronterizos.


“A medida que aumenta el estrés hídrico, también lo hace el riesgo de conflictos locales o regionales. El mensaje de la UNESCO es claro: si queremos preservar la paz, no solo debemos conservar mejor los recursos hídricos, sino también reforzar lo antes posible la cooperación regional y mundial en este ámbito”, declara Audrey Azoulay, Directora General de la UNESCO.

“El agua, cuando se gestiona de forma sostenible y equitativa, puede ser un recurso de paz y prosperidad. Así mismo, es un elemento vital para la agricultura, el principal motor socioeconómico de miles de millones de personas”, destaca Álvaro Lario, Presidente del Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA) y Presidente de ONU-Agua.

Según el nuevo informe de la UNESCO publicado en nombre de ONU-Agua, 2200 millones de personas aún no disponen de suministros seguros de agua potable y 3500 millones de personas no tienen acceso a servicios adecuados de saneamiento. Debido a esto, el objetivo de las Naciones Unidas de lograr el acceso universal para el año 2030 parece distante y se teme un aumento de las desigualdades en este ámbito.

Entre 2002 y 2021, las sequías afectaron a más de 1400 millones de personas. En 2022, aproximadamente la mitad de la población mundial sufrió escasez severa de agua durante al menos una parte del año y una cuarta parte se enfrentó a niveles «extremadamente elevados» de estrés hídrico, al utilizar más del 80 % de su suministro total anual de agua potable renovable. Se prevé que el cambio climático incremente aún más la frecuencia y la gravedad de estos fenómenos, con graves riesgos para la estabilidad social.

Las niñas y las mujeres son las primeras víctimas de la falta de agua

La primera consecuencia es el deterioro de las condiciones de vida de la población, con un aumento de la inseguridad alimentaria y los riesgos sanitarios. La escasez de agua también afecta al desarrollo social, especialmente de niñas y mujeres. En multitud de zonas rurales, ellas son las principales recolectoras de agua y dedican varias horas al día a esta tarea. La disminución de los suministros de agua agrava esta carga y socava su acceso a la educación, su participación en la vida económica y su seguridad. Del mismo modo, puede contribuir a una mayor tasa de abandono escolar de las niñas con respecto a los niños.

La escasez de agua también es un factor importante en las migraciones. A su vez, estos desplazamientos de población pueden contribuir a la inseguridad hídrica en los territorios de acogida al ejercer una presión añadida en los sistemas y recursos de agua, avivando así las tensiones sociales. Por ejemplo, un estudio realizado en Somalia indica que se ha producido un aumento del 200 % de la violencia de género contra personas desplazadas.

Una necesidad urgente de acuerdos transfronterizos

La falta de agua también puede incrementar el riesgo de conflicto. En la región del Sahel, la degradación de los humedales – a menudo provocada por proyectos inadecuados de desarrollo hídrico – ha exacerbado las tensiones relacionadas con el acceso al agua y las tierras cultivables, provocando conflictos locales.

Aunque el 40 % de la población mundial vive en cuencas fluviales y lacustres transfronterizas, solo una quinta parte de los países ha firmado acuerdos transfronterizos para gestionar conjuntamente y de forma equitativa estos recursos compartidos. Muchas cuencas transfronterizas se encuentran en áreas afectadas por tensiones interestatales actuales o históricas. En la región árabe, siete países tenían conflictos abiertos en 2021, algunos desde hace tiempo, con grandes repercusiones en el abastecimiento de agua, las infraestructuras y la posible cooperación en cuestiones relacionadas con el agua.

África sigue siendo especialmente vulnerable a las tensiones interestatales provocadas por el agua: 19 de los 22 Estados estudiados sufren escasez de agua y dos terceras partes de los recursos hídricos son transfronterizos. Además, de los 106 acuíferos transfronterizos cartografiados en África, solo se ha formalizado una cooperación interestatal en siete de ellos.

Varias regiones logran avances concretos en cooperación

En este contexto, la cooperación para la gestión de las aguas transfronterizas es una herramienta crucial para mantener la paz. Al crear las condiciones para un diálogo regular entre todas las partes e instaurar los marcos jurídicos apropiados, tiene el potencial de resolver la mayoría de las disputas relacionadas con el agua y, por lo tanto, de prevenir la aparición o el agravamiento de conflictos de mayor alcance.

El Acuerdo Marco sobre la Cuenca del río Sava, firmado en 2002 por Bosnia y Herzegovina, Croacia, Serbia y Eslovenia, fue el primer acuerdo multilateral centrado en el desarrollo de Europa sudoriental y sentó con éxito las bases de una gestión sostenible del agua. Dos décadas después de su adopción, se ha convertido en un elemento clave de la estabilidad regional y es un ejemplo de buenas prácticas para otras regiones del mundo.

Aunque la superficie del lago Chad ha disminuido un 90 % en 60 años, creando numerosos problemas económicos y de seguridad en la región, Camerún, Chad, República Centroafricana, Libia, Níger y Nigeria han logrado dar un nuevo impulso a la Comisión de la Cuenca del Lago Chad (LCBC, por sus siglas en inglés). El mandato de esta Comisión se ha visto ampliado para garantizar el uso eficiente del agua, coordinar el desarrollo local y prevenir tensiones entre los países y las comunidades locales. Se ha convertido en la institución mejor situada para responder a las necesidades específicas de la cuenca, incluidas las cuestiones de desarrollo socioeconómico y de seguridad.

Estos dos ejemplos subrayan el hecho de que, incluso en situaciones complejas, los países son capaces de comprometerse con políticas que promuevan el acceso al agua y una gestión compartida de este recurso. Dichas políticas serán a la vez justas y equitativas, gracias a la cooperación internacional y al apoyo del sistema de las Naciones Unidas.