opinión
El problema de la UCR es de identidad. En estos años su dirigencia ha incurrido en toda clase de claudicaciones políticas y doctrinarias, entre ellas conformar alianzas y frentes electorales sin coherencia ideológica, siendo que una de las mejores tradiciones de la UCR fue su actitud contraria a los pactos. Ello no debe confundirse con falta de diálogo entre partidos y búsqueda de consensos en materia de políticas públicas.
La razón de ser de la UCR fue la negativa a aceptar la componenda electoral entre Mitre y Roca en 1891: “Soy radical contra el acuerdo”, afirmó Leandro Alem entonces.
Hipólito Yrigoyen dijo que formar listas mixtas “siempre importan una transgresión y un compromiso restrictivo a la libertad de criterio de los partidos... implica en todo momento mutilar la capacidad política del pueblo... destruyendo anhelos y entusiasmos que mueven al ciudadano al ejercicio de su derecho. La UCR debe plantear esta cuestión desde el punto de vista de los principios que alienta en su seno. A la luz de este criterio, los acuerdos políticos ni siquiera pueden formularse”.
La Convención Nacional de 1948 presidida por Ricardo Rojas sostuvo que: “rechaza pactos o acuerdos con otras fuerzas políticas y prohíbe a sus afiliados, grupos u organismos que promuevan o se implique en iniciativas de esa índole”. Y la del año 1953 presidida por Moisés Lebensohn reafirmó: “la UCR luchará sin pactos, acuerdos, conforme a su tradición histórica”.
La tesitura antiacuerdista consiste en una concepción ética para el radicalismo ya que un entendimiento de estas características se hace únicamente para lograr el éxito electoral y el acceso a cargos públicos prescindiendo de las naturales y lógicas diferencias que separan a los partidos políticos. Todo eso constituye una actitud irrespetuosa para con los afiliados que se incorporaron atraídos por el ideario de su filosofía política.
Pocas veces en sus más de 120 años de historia la UCR se alejó de esta norma de conducta: en 1946 para constituir la Unión Democrática que enfrentó a Perón, y en 1999 para formar la Alianza que desplazó al menemismo. En el primer caso, no alcanzó para triunfar. En el segundo si bien triunfó electoralmente, fue un fracaso en el gobierno. Ambas experiencias fueron traumáticas no solamente para el partido sino para la sociedad.
Cuando la UCR fue coherente ideológicamente y consecuente con su doctrina pudo perder elecciones, pero cuando las ganó (1916,1922,1928,1963, 1983) llevó adelante gobiernos ejemplares que ejecutaron programas orientados al bien común de los ciudadanos, al desarrollo y a la dignidad de la Nación.
Desandar el camino de sus principios liminares trajo consecuencias funestas que aún hoy sufre la UCR, que debería retomar la senda que la convirtió en un gran partido nacional.
Diego Barovero
Vicepresidente del Instituto Nacional Yrigoyenano.
Convencional Nacional de la UCR