sociedad
Es de público conocimiento la seguidilla de catástrofes naturales y accidentes que se vienen desarrollando en el país y el mundo por estas horas.
A modo de ejemplo, actualmente, Japón sufre el peor terremoto de su historia. Fue de 8.9 grados en la escala de Richter y llegó seguido de un tsunami. Arrasó el noreste del país asiático. Además, se incendia una central nuclear.
Por otro lado, en Chile y la costa del océano Pacífico hay alerta de Tsunami.
Los accidentes de tránsito también son moneda corriente. Hoy la ruta Panamericana amaneció caótica: dos camiones chocaron minutos después de las 6 a la altura del kilómetro 54, en el cruce con ruta 25, en Pilar. Ambos vehículos circulaban por la misma mano. Uno de los choferes murió. En Manzanares, chocaron dos autos a la altura de la estación de servicio Parador Norte, también en Pilar.
Estos hechos, ya sean naturales o no, no sólo traen aparejado secuelas físicas para las víctimas, sino también graves trastornos psicológicos a raíz de la experiencia traumática vivida. Según un informe del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA), con sede en el Partido de Pilar, situaciones fatales como los ocurridos pueden activar en quien lo sufre y lo sobrevive, o en los que lo presenciaron, un Trastorno por Estrés Postraumático, uno de los tipos de trastorno de ansiedad más comunes en estos casos.
“Este tipo de trastorno surge tras un cuadro traumático, en el cual aparecen síntomas que siguen a la exposición de un acontecimiento estresante y extremadamente traumático, donde el individuo se ve envuelto en hechos que representan un peligro real para su vida o cualquier otra amenaza para su integridad psicofísica. También sucede cuando la persona es testigo de un acontecimiento donde se producen muertes, heridos, o existen amenazas para la vida de otras personas”, explica la Psicóloga Especialista en Trastornos de Ansiedad y directora del CEETA, Gabriela Martínez Castro.
Los síntomas típicos de este cuadro son el temor, la desesperanza y el horror intenso. En el caso de los niños puede haber un comportamiento desestructurado o agitado.
Martínez Castro explica que “luego del trauma, el sujeto puede presentar el fenómeno de la reexperimentación, es decir, vuelve a experimentar la situación traumática, con todos los sentidos, tal como si la estuviera viviendo, no recordando, sino reviviéndolo. La persona se comporta como si estuviera en el momento del acontecimiento, cuando en realidad, no lo está”.
Además, quien lo sufre, evita exponerse a estímulos asociados al episodio. Sufre de embotamiento afectivo, ya no responde afectivamente como solía hacerlo, la persona está como anestesiada. Aparece también la incapacidad para recordar determinados episodios del trauma; una reducción del interés en las actividades de la vida cotidiana; la sensación de desapego afectivo frente a los demás; la sensación de un futuro desolador; dificultades para conciliar o mantener el sueño; irritabilidad o ataques de ira; dificultad para concentrarse y para atender y memorizar respuestas y sobresalto emocional (se asustan fácilmente).
“Las alteraciones pueden aparecer al mes del episodio traumático, y hasta demorar 6 meses en su aparición. El tratamiento más adecuado puede ser una terapia cognitivo-conductual, por la brevedad y la rapidez en cuanto a la recuperación”, recomienda Martínez Castro
Por último, es necesario tener en cuenta la intensidad, duración y proximidad a la exposición del acontecimiento traumático, que constituyen los factores más importantes que determinan la probabilidad de padecer dicho trastorno.
La directora de CEETA asegura que "todos estos trastornos se recuperan con un tratamiento específico de terapia cognitivo-conductual (TCC) y la posible aplicación de medicación, en caso de ser necesario".
El tratamiento es breve, conducido por expertos en la materia, lográndose la recuperación y el alta del paciente, quien recupera sus actividades habituales, sin sintomatología física ni emocional.