sábado, 17 de octubre de 2015

Piloto de Tormenta y "Uno, Dos, Ultraviolento: La historia de Los Violadores"


medios

Ya esta disponible “Uno, Dos, Ultraviolento: La historia de Los Violadores”, una ampliación y actualización de El Nacimiento del punk en la Argentina, libro que Esteban Cavanna publicó en 2001.

“Uno, Dos, Ultraviolento: La historia de Los Violadores” es el primer libro en abordar el desarrollo local de este movimiento y es el resultado de una intensa investigación que llevó 6 años de elaboración y en la que participaron los propios integrantes del grupo, periodistas especializados y otros artistas del género, nacionales e internacionales.

Desde 1978 encontramos en Buenos Aires expresiones artísticas abocadas a demoler la breve historia del rock local y comenzar de nuevo. El punto en común no tenía que ver con un sonido en particular, sino con la determinación compartida de cortar toda relación con el pasado.

Los Violadores comenzaron su carrera como una lucha relacionada con la expresión, los espacios, la bronca contenida y el aburrimiento. Se ganaron en un lugar en donde no había nada y mucho menos espacio para ellos. Sabían que iban a tener problemas con la censura, la policía, los lugares para tocar y más aún, para grabar un disco. Estos contratiempos fueron los motivadores para seguir adelante, y el resultado esta a la vista en estas páginas. Compusieron y arreglaron una pila de canciones geniales y pegadizas, algo que ninguna otra banda del género logró igualar.

A principios de 1980, Los Violadores se refirieron con “fútbol, asado y vino” a una sociedad tradicionalmente básica, en la que una Dictadura Militar había decretado que no estaba permitido pensar de más, y mucho menos en inglés. En los 90s, el punk rioplatense dejó de estar enfadado y empezó a divertirse; se volvió pasatista y malhablado, y cambió la militancia contracultural por la cerveza en una esquina de barrio: diferentes formas válidas del aguante. En la contratapa de Bajo otra bandera (Pilsen, 1993) podemos ver la ilustración de una chapita de cerveza; en la tapa podía leerse: Alto contenido punkhólico: paradógicamente, Pilsen abría el juego para una nueva generación de músicos punks que sólo pensaba en términos de fútbol, asado y vino. De ese arte llamado punk, en la actualidad, no queda casi nada. Se lo comieron parcialmente los medios y las disqueras, que convierten en moda todo lo que pueda resultarle peligroso al sistema. Y así, el carácter subversivo del punk fue mutando, aunque siempre conserva -como muy pocas corrientes musicales- un genuino aullido de resistencia.