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La transformación digital es un concepto del cual se viene hablando hace mucho tiempo. No es nuevo, pero aún sigue vigente, puesto que las compañías alrededor del mundo adoptan su estrategia alrededor de la transformación digital, impulsándola no sólo de forma interna, sino también externa, hacia sus clientes.
Transformar no (siempre) es reemplazar. Un error común es pensar que, cuando hablamos de transformación digital, nos referimos a llegar con una aplanadora, destruir todo lo existente y construir algo totalmente nuevo, desde cero. En realidad, la transformación digital, aun siendo disruptiva, no implica romper con todo lo que tenemos en el momento de iniciar el cambio. Al contrario, la clave de un proceso de transformación exitoso pasa, precisamente, por ser capaces de integrar aquellos elementos que sea mejor conservar dentro del nuevo modelo. No es especialmente sencillo, pero de ese equilibrio dependerá muy directamente la fortaleza del resultado de sumar presente y futuro.
Particularmente en América Latina, el panorama a futuro es alentador. El mundo es digital, y nuestra región no se ha quedado atrás. A nivel empresarial, se espera que 2019 sea un mejor año para la innovación y la inversión: el 54% de las compañías encuestadas en una reciente investigación de IDC aseguró que aumentará sus gastos en TI, y sólo el 17% planea gastar menos que en 2018. Los analistas de la consultora vislumbran que, durante 2019, la industria de TI crecerá a una tasa del 8,2% en dólares constantes, y el gasto en los pilares de la Tercera Plataforma (movilidad, Cloud, Big Data, analítica, y herramientas sociales) capturará próximamente la mitad del presupuesto.
En este sentido, la transformación digital abre un sinfín de oportunidades para las compañías. Según un informe del World Bank de 2017, el 43% de la población de nuestra región tiene menos de 25 años y el 80% vive en grandes ciudades. Los millennials ya nacieron conectados y pueden aprender a vivir sin algunos servicios básicos, pero no sin smartphones.
Por otra parte, una encuesta de la Fundación Getúlio Vargas (FGV) indica que, en 2017, Brasil pasó a contar con 208 millones de teléfonos celulares, una cifra mayor que su población. En Chile, el 65% de sus 18 millones de habitantes tienen un smartphone. A su vez, una encuesta realizada por el portal Statista detalla que, en toda América Latina, el 43% de la población tiene al menos un smartphone.
Una clara evidencia del deseo de avance de nuestra región es la existencia de varias Smart Cities en América Latina, una lista que incluye a Santiago de Chile, Ciudad de México, Bogotá y Medellín en Colombia, Buenos Aires, Río de Janeiro y Montevideo.
Todas estas conquistas han sido fuertemente basadas en un determinado modelo de servicios digitales: la nube. En la última década, América Latina ha aprendido lo que es Cloud Computing. Hoy las empresas y los países viven la realidad en la que la nube recibe aplicaciones y servicios, y se accede a través de dispositivos de todo tipo, en todo momento, desde cualquier lugar.
Ahora bien, para seguir ampliando la transformación digital en nuestra región, es necesario sumergirse en el concepto del Edge Computing. Edge Computing no compite con Cloud Computing, se complementan. La gran misión de Edge Computing es reducir la latencia de las aplicaciones, bajando en milisegundos o nanosegundos el tiempo de acceso a un sistema en línea. En 2019, y en los próximos años, veremos quién entendió el poder de Edge Computing y se movió para hacerlo real y quién perdió esa oportunidad de crecimiento. Se trata de expandir la transformación digital y generar mucha riqueza, fuera de los grandes centros urbanos de América Latina, incluso en el universo de pequeñas y medianas empresas (SMB).
El valor de los datos es otro punto clave en la transformación digital. La capacidad de generar información valiosa no ha dejado de crecer estos últimos tiempos, y con la llegada de Internet de las Cosas, la Inteligencia Artificial, G5, etc., esa capacidad de recopilar datos va a crecer de manera exponencial durante los próximos años. Así, debemos ser muy conscientes del valor de la información y, es más, empezar a tratarla como un activo más de las empresas. El siguiente paso será establecer los sistemas necesarios para gestionar esos grandes volúmenes de datos de la manera adecuada.
Por ende, a medida que las industrias y la economía global cambian cada vez más hacia este mundo digital, la prioridad número uno de los CIO debe ser preparar a sus organizaciones para la carrera de reinventarse en una era de innovación multiplicada. Y, a medida que aumenta la dependencia de las empresas de la tecnología, los CIO deben evaluar cuidadosamente a sus proveedores de TI: seleccionando aquellos que también se están reinventando agresivamente a sí mismos y sus ofertas para un ecosistema digital.