opinión
Esta semana la Inspección General de Justicia (IGJ) a través de la Resolución General 34/2020 dispuso la obligación de las sociedades a incluir en su órgano de administración, y en su caso en el órgano de fiscalización, una composición que respete la diversidad de género, cuyos órganos de conformación deberán estar integrados por la misma cantidad de miembros femeninos que de miembros masculinos. Casi automáticamente que sale la ley, recibí varios mensajes por whatsapp: Mi amigo Martin super enojado me dijo que esto era un atropello feminista que estaba llegando muy lejos. Y, Marta, una ex profesora mía, me dijo que esto era algo que nos mostraba como incapaces. Yo pensaba como ella antes, pero luego con los años me puse a estudiar.
En primer lugar, me parece importante entender que la perspectiva de género no es algo aislado y ajeno a esto. El tener una representación adecuada en términos cuantitativos es una dimensión fundamental, aunque no suficiente, para asegurar la representatividad de los diferentes sectores, especialmente en espacios de decisión.
Recuerdo haber estado en un evento en Colombia de empoderamiento femenino donde muchas mujeres afirmaban estar en contra de estas medidas: “yo quiero que me valoren por mi talento, no por mi cupo”. A esta altura, pensamos que era una discusión zanjada en Argentina, pero al parecer continúan vigentes todo tipo de polémicas, como ser la falacia del mérito, la cual señala que el/la que llega a un puesto de decisión es por meramente su capacidad y talento, y que en esto el género no tiene nada que ver, con lo cual el cupo es una ventaja que desiguala a varones y mujeres.
Actualmente contamos con menos del 10% de CEOs mujeres a nivel global, y una brecha de género del 27% que, en parte, tiene que ver con la inserción laboral y los obstáculos en las carreras laborales. Estos son hechos discriminatorios porque afirman en el fondo, que si hay pocas mujeres en puestos de decisión es porque no somos competentes, reforzando la construcción cultural de los géneros, los lugares asignados y todas las barreras y obstáculos culturales que hacen que no nos promocionen. Incluso convertirse en padre no es lo mismo que convertirse en madre: mientras la paternidad afecta positivamente las trayectorias laborales de los varones, las mujeres reciben una penalización por cada hijo que tienen, que incide en sus promociones y/o en su ingreso económico.
Quiero pensar que un meritócrata puro va a buscar y velar hasta el cansancio por la búsqueda de la igualdad de condiciones, para que realmente el mérito sea la razón de la trascendencia y el avance. La meritocracia se debe basar en una construcción técnica y medible para asegurar un terreno igualitario para evaluar el talento, sino no somos puristas, solo queremos continuar sosteniendo la ventaja.
Esta medida de cupo femenino, de hecho, viene a equiparar, a nivelar esa desigualdad que hay en la estructura social, la misma no es para aventajarnos, sino para entrar en paridad, con lo cual, a mí me gusta decir que, si queremos ser puristas de la meritocracia, lo que necesitamos son cupos, nivelar la cancha partiendo de una desigualdad estructural. Este es el punto de la cuestión.
Asociar estas medidas a determinadas tendencias ideológicas no tiene ninguna relación, pero es un sesgo común. Varios países de Europa, como Francia, España, Suecia, tienen diferentes medidas y regulaciones para asegurar la inclusión. La desigualdad no es una creencia mitológica, sino que se sustenta en datos. Pero en épocas donde aún tenemos personas que no creen que llegamos a la luna, los datos no son suficientes. En sistemas democráticos donde necesitamos representación ciudadana de todos los sectores, la paridad de género fortalece las democracias y las organizaciones.
Dicho esto, tenemos que entender que los cupos son medidas especiales y de carácter transitorio, con comprobada eficacia como aceleradores culturales, en un contexto donde la paridad de género cuenta con un desfasaje de 200 años. Entonces, una medida como la de la IGJ de incorporar la igualdad de género en la composición de asociaciones civiles y sociedades son medidas de carácter especial y necesario en una sociedad que avanza. Luego, debatamos sobre su implementación, pero como siempre digo, no se pasa de 0 a 10 en ningún proceso social.
Cintia Gonzalez Oviedo
CEO Bridge The Gap. Psicóloga, especialista en género, comunicaciones y políticas
CEO Bridge The Gap. Psicóloga, especialista en género, comunicaciones y políticas