opinión
En calidad de inversores, resulta difícil no sucumbir a la tentación de preguntarse qué repercusiones podrían tener para los mercados las elecciones presidenciales estadounidenses que se celebran hoy 3 de noviembre.
Un ritual bien establecido en las salas de negociación bursátil consiste en analizar, cada cuatro años y en torno al mes de octubre, los programas económicos respectivos de los dos candidatos a la presidencia de EE. UU. para poder posicionarse con rapidez después de las elecciones en función del vencedor en las urnas. Ello podría revestir una importancia aún mayor en esta ocasión en la que, desde el prisma económico, los programas de ambos candidatos son ideológicamente opuestos: Donald Trump propone un alivio considerable de la presión fiscal, lo que beneficiaría mucho más a algunos sectores que a otros, mientras que Joe Biden defiende una aceleración de la inversión en sectores concretos financiada a través de un aumento de la presión fiscal. Así, Trump respalda al sector petrolero nacional, especialmente al sector del gas de esquisto, mientras que Joe Biden ha anunciado un drástico cambio de rumbo en pro de la transición energética en caso de salir elegido. En términos más generales, podríamos decir que Joe Biden quiere que la economía real (Main Street) se tome la revancha sobre Wall Street o, al menos, que tenga lugar un reequilibrio en la distribución del valor añadido en forma de aumentos salariales, lo que, lógicamente, si bien no lo convierte en el hombre del saco, sí hace de él un candidato que plantea riesgos para las bolsas (el riesgo de un desplome bursátil, sostiene Trump, como no podía ser de otro modo).
Sin embargo, la experiencia nos enseña que este ejercicio analítico resulta, por lo general, bastante infructuoso. Cierto es que cada elección presidencial reviste importancia para los ciudadanos, y especialmente esta, que tiene lugar en una sociedad estadounidense extremadamente polarizada. Sin embargo, las perspectivas bursátiles tras su celebración apenas se ven influidas por las elecciones. A modo de ejemplo, cabe mencionar que durante los mandatos de Obama y de Trump, las rentabilidades del índice bursátil S&P 500 fueron similares (entre un 12 % y un 14 % anualizadas), al igual que las del dólar (entre -0,7 % y +2,3 % para un inversor europeo). Los tres sectores que mejor desempeño registraron durante la era Obama fueron los de consumo discrecional, tecnología y salud, mientras que en los últimos cuatro años, la terna de sectores más rentable fue la compuesta por los de... tecnología, consumo discrecional y salud. Además, durante ambos mandatos, pese a la marcada polarización que presentaban en el plano de las políticas económicas, los sectores que peor parados salieron fueron los mismos: el bancario y el energético. Por último, cabe recordar que los tipos de interés continuaron su descenso iniciado hace tres décadas.
Sería necesario disponer de un margen mucho mayor para analizar por qué, pese a todos sus esfuerzos, los dirigentes políticos tienen en realidad escasa influencia sobre las grandes tendencias económicas y sobre sus repercusiones en los mercados financieros. Así, sería necesario analizar la magnitud del papel de unos bancos centrales aún relativamente independientes, de la autonomía de los grandes grupos y de la primacía del consenso de Washington. En el futuro inmediato, lo importante es, al menos, no sobrestimar la importancia que tiene para los mercados la elección del próximo presidente de Estados Unidos.
Para empezar, uno de los candidatos tiene que resultar elegido. La dimensión efectivamente novedosa de las elecciones de noviembre es que cada vez resulta más probable que no quede tan claro quién se ha alzado con la victoria ni el día posterior al escrutinio ni en las semanas posteriores. Las instituciones estadounidenses podrían verse en una tesitura de bloqueo temporal derivado de recursos e impugnaciones de todo tipo, y la perspectiva de esta incógnita —que la súbita elección de una nueva jueza para el Tribunal Supremo estadounidense acentúa— conlleva a que las repercusiones resulten aún más inciertas.
Ello constituye un motivo adicional para que el desenlace del escrutinio no nos quite el sueño. Desde el punto de vista de la rentabilidad de las inversiones en bolsa, resulta mucho más importante identificar los sectores y empresas que, gracias a sus méritos propios o a una profunda evolución cíclica o estructural, serán capaces de reforzar su capacidad de generación de beneficios en los próximos años.
Por Didier Saint-Georges
Managing Director y miembro del Comité de Inversiones Estratégicas de Carmignac