miércoles, 25 de septiembre de 2013

"Sólo la oposición creyó posible la re-re"


opinión

Los K son parte del peronismo y era obvio que otros sectores, con poder de bloquear la reforma, iban a decir "ahora nos toca a nosotros" Ahora hay que dejar de contestar tuits y consensuar el "qué" y "cómo" del Proyecto 2015

Hay algunos opositores que sufren una debilidad paralizante. Son aquellos que sólo leen titulares de diarios y declaraciones de sus oponentes. Hasta las primarias, les era difícil ver algo que hace mucho era visible: la progresiva anemia del gobierno. Los titulares de un matutino destacan lo que pasó ayer. El político debe crear los titulares futuros; no limitarse a comentar los de hoy.

Con astucia, el gobierno nos abastece de declaraciones todos los días; y, con candor, los opositores hacen cola para replicarlas. Gracias a eso, la Presidenta ha ocupado todo el tiempo el centro de la escena. Ubicada allí, ataca a los opositores que gritan desde la platea pero, llegado el caso, no sabrían que hacer en el escenario. Exprimiendo la cadena nacional o enviando tuits, la señora bombardea mensajes incesantes. Sabe que, diga lo que diga -así sea que la Argentina está mejor que Australia o Canadá- el día siguiente sus dichos estarán en los titulares y medio país hablará de ellos.

La inverosímil re-re fue uno de los recursos más exitosos del gobierno. Si hubiese admitido que su ciclo terminaba indefectiblemente en 2015, se habría quedado con apenas migajas de poder. La extravagante idea de "Cristina eterna", en cambio, hizo bailar un minué a gran parte de la oposición. Enemigos declarados de la Presidenta creyeron (e hicieron creer a muchos) que ella no dejaría la Casa Rosada hasta, como mínimo, 2019. A eso contribuyó, además de los titulares y las declaraciones, un error que el no-peronismo no ha logrado corregir a lo largo de los años. El kirchnerismo no existe; o, dicho con más propiedad, no es una fuerza nueva, independiente y perdurable. Como en su tiempo el llamado menemismo, integra el mutante movimiento peronista, que tiene la capacidad de transformarse, una y otra vez, sin perder identidad.

Podrá cambiar de nombre, discurso y rostros, pero mantiene siempre un rasgo característico: su objetivo es satisfacer, a como dé lugar, las necesidades transitorias de la mayoría. Largo y mediano plazo (nociones abstractas para la sociedad) no son motivo de su preocupación; se concentra en el ahora y se aferra al poder como nadie. Menem aguantó una década y los Kirchner también. En los 80, la angustiosa hiperinflación y el sangrante déficit del Estado hicieron que el peronismo se volviera provisoriamente neo-liberal: controló el circulante y privatizó todo lo que pudo, sosegando a la sociedad y recibiendo una lluvia de dinero que fertilizó el mercado interno. A partir de 2002/2003, una exasperante crisis económica y una volátil situación social habilitaron el retorno al peronismo estatista, que multiplica el gasto público y promueve más el consumo que la inversión.

Muchos opositores caen en la trampa. Un día la emprenden contra el "novel" menemismo, al otro día se enfrentan con el "emergente" kirchnerismo, y en general omiten organizarse, procurar consensos sobre temas de fondo, trazar proyectos, unirse, desarrollar vocación de poder y, en su momento, superar a la inevitable reencarnación peronista. La mayoría de la actual oposición, creyendo que el "kirchnerismo" era todopoderoso y el peronismo estaba en extinción, tomó el 54 por ciento como definitivo y concluyó que, si se la dejaba, la Presidenta ganaba otra vez. La insuficiencia del análisis llevó a una cruzada contra la re-re que no hizo sino fortalecer la idea de que la re-re era posible.

Con el único fin de evitar que este artículo parezca un razonamiento a posteriori, me atrevo a citar algo que dije el 25 de febrero: "Lo que la Presidenta necesita es que alguien agite el fantasma de la re-re, porque si no ya tiene que empezar a despedirse. No hay que entrar en ese juego". No hacía falta genio para ver que este período ya estaba agotado. El gobierno perdió primero al movimiento sindical y luego descubrió que la justicia no le era tan dócil como creía. Hoy no puede controlar la inflación, ni el dólar ni la deuda. Mientras muchos opositores se desgañitaban gritando contra la re-re, varios sectores peronistas preparaban, en silencio, sus huestes. Ellos sabían que no habría reforma constitucional, entre otras cosas porque estaban resueltos a frenarla y tenían cómo hacerlo.

Luego de tres períodos K, y suponiendo que el gobierno 2015-2019 será otra vez peronista, esos sectores concluyeron que no se podía regalarle un período más a la Presidenta. "Ahora nos toca a nosotros", era la consigna. Se ha iniciado por eso un éxodo. Hay una paulatina figa hacia el lugar donde se encenderá, o se cree que va a encenderse, el nuevo fuego. Unos corren a La Plata, otros al Tigre, donde hay otros emigrantes notorios -uno más encubierto, otro más ostensible- dispuestos a encender la leña.

La falta de confianza (y en algunos casos, es cierto, de proyecto alternativo) ha hecho que la oposición perdiera un par de años valiosos. No es irreversible, pero esta vez habrá que prestar menos atención a titulares y tuits presidenciales. En cambio, es imprescindible necesario detectar las tendencias políticas, económicas y sociales, para lo cual hace falta acumular datos, relacionarlos entre sí e interpretarlos. Es eso lo que permite anticiparse a los hechos, a partir de lo cual habrá que perseguir consensos sobre planes específicos, dedicados en primer término a establecer la ortodoxia institucional, sanar la economía enferma con la que terminará este período, impulsar el desarrollo sostenido y redistribuir el ingreso. Planes, no expresión de deseos o huecas promesas electorales.

Un plan es el detalle del "qué" y el "cómo". Habrá que hacerlo sin descuidarse ni caer en celebraciones prematuras. El gobierno actual, hábil en las huidas hacia delante, está anémico pero no muerto. Puede, en sus últimos y definitivos años, sacar fuerzas para correr hacia un destino incierto, contando con que haya opositores que -aunque sea para tirarle piedras- corran detrás.

Por Rodolfo Terragno
UCR