sociedad
Los accidentes cerebro vasculares son la segunda causa de muerte a nivel mundial. En Argentina, una persona lo sufre cada 4 minutos. “La prevención es clave para reducir los riesgos de padecer uno”, destacó el presidente del IOMA, Antonio La Scaleia. Es la segunda causa de muerte a nivel mundial y la primera de discapacidad en adultos en todo el mundo. En Argentina, una persona lo sufre cada 4 minutos. Las anteriores no serían más que apuntes de frías estadísticas, de no ser porque los ataques cerebro vasculares, también conocidos como “stroke” o por su sigla –ACV- provocan daños irreversibles en quienes lo padecen y en sus familias: graves lesiones cerebrales, secuelas físicas y mentales irreversibles y hasta la muerte. Cada año pierden la vida por esta afección 23 mil personas, por lo que no resulta extraño que la Organización Mundial por la Salud concentre sus esfuerzos en difundir la prevención de esta patología que el próximo 29 de octubre conmemorará su día de lucha mundial.
La forma más efectiva de aliviar el impacto es consultar de inmediato con un médico, ya que los nuevos tratamientos sólo funcionan si se aplican dentro de las tres primeras horas de presentados los síntomas iniciales, que no suelen durar más que unos pocos minutos y luego desaparecen.
¿Cuáles son estas señales de alarma? La más frecuente es la falta de sensibilidad, debilidad o parálisis repentinas en la cara, el brazo o la pierna, especialmente en un lado del cuerpo; confusión súbita, problemas repentinos para hablar o entender; problemas repentinos para ver con uno o los dos ojos; dificultades para caminar, mareo, vértigo, pérdida del equilibrio o falta de coordinación; dolor de cabeza súbito y de máxima intensidad.
“Es importante recurrir al médico aunque cualquiera de estas señales haya desaparecido, pero la clave está en la información: saber más sobre el ataque cerebral, identificar sus síntomas y actuar con rapidez es la mejor forma de protegernos. La pérdida de tiempo para un diagnóstico y tratamiento precoz es pérdida de cerebro”, indicó el presidente del Instituto de Obra Médico Asistencial (IOMA), Antonio La Scaleia.
En este sentido y en sintonía con el máximo referente en ACV a nivel local e internacional, Dr. Pedro Lylyk, también director de la Clínica Sagrada Familia, prestadora del Instituto, La Scaleia explicó la importancia de abandonar la nominación de accidente cerebral, llevándola al plano del ataque. “Esto se debe a que el accidente no es algo prevenible, en cambio el ataque sí y justamente eso es lo que debe saber la gente: que puede detectarse por los síntomas y un diagnóstico temprano mejora la capacidad de los tratamientos; además de disminuir las secuela, si existieran”, explicó el presidente de la obra social.
Por eso, la prevención es el otro factor fundamental para evitar este flagelo y la obra social trabaja en este sentido: desde el año pasado lleva adelante una campaña informativa a través de la Unidad de Prevención y Promoción de la Salud. “Seguimos insistiendo que las siglas de ACV las podemos comparar con “Alguien como Vos”, porque siempre pensamos que estas cosas le suceden a los demás, pero la realidad es que le puede pasar a cualquiera”, dijo el presidente del IOMA, al mismo tiempo que acentuó la importancia del autocuidado.
Existen dos tipos de factores de riesgo para el ataque cerebral: los controlables y no controlables. El más frecuente entre los primeros es la hipertensión arterial, presente en casi el 80% de los pacientes que sufren un ataque cerebral en la Argentina. Lo sigue la diabetes, cuyo control es esencial. En la Argentina, el 22% de los pacientes que sufren un ataque cerebral es diabético.
También aparece en esta lista el consumo excesivo de alcohol, que tiene una estrecha y directa relación con el riesgo de sufrir hemorragias cerebrales. Algo parecido sucede con el tabaquismo: el riesgo de sufrir un ataque cerebral aumenta entre un 50% y un 70% en fumadores y el impacto es mayor en mujeres. El colesterol elevado es otro factor de riesgo importante, ya que aumenta el riesgo de que se tapen las arterias, incluidas las que van al cerebro. Por último, hay que tener en cuenta tres cuestiones directamente vinculadas con el estilo y los hábitos de vida personales: el sedentarismo, el consumo de drogas ilícitas como cocaína y otras sustancias, y la obesidad.
“Todos estos factores potencian a otros y aumentan el riesgo y la frecuencia de los ataques cerebrales, por lo que resulta clave y se puede controlarlos”, destacó La Scaleia.
No sucede lo mismo con otros factores de riesgo sobre los que no se puede ejercer control, pero es importante identificarlos para reconocer a aquellos que generan más riesgo de sufrir un ACV.
La edad es uno de ellos: el riesgo de sufrir un ataque cerebral se duplica a partir de los 55 años de edad. Y también influye el género, ya que los hombres están más expuestos que las mujeres a padecer uno. Tampoco hay que pasar por alto la herencia, debido a que todos los estudios muestran que las personas con antecedentes familiares de enfermedad coronaria o cerebrovascular constituyen un grupo de mayor riesgo, igual que aquellos que ya sufrieron un ataque cerebral y pueden padecer otro.
Aunque el peligro de sufrir un ataque cerebral no puede eliminarse del todo, hay conductas a seguir que ayudan a disminuir la probabilidad de que eso pase: los controles médicos regulares, el estricto control de la presión arterial y la diabetes, el abandono total del cigarrillo, la optimización y seguimiento médico de la dieta, la práctica de ejercicio físico bajo supervisión médica, y el control y tratamiento de las enfermedades del corazón.
Desde la Unidad de Prevención y Promoción de la Salud del IOMA se trabaja en la difusión de esta información que puede, ni más menos, salvar vidas.
La forma más efectiva de aliviar el impacto es consultar de inmediato con un médico, ya que los nuevos tratamientos sólo funcionan si se aplican dentro de las tres primeras horas de presentados los síntomas iniciales, que no suelen durar más que unos pocos minutos y luego desaparecen.
¿Cuáles son estas señales de alarma? La más frecuente es la falta de sensibilidad, debilidad o parálisis repentinas en la cara, el brazo o la pierna, especialmente en un lado del cuerpo; confusión súbita, problemas repentinos para hablar o entender; problemas repentinos para ver con uno o los dos ojos; dificultades para caminar, mareo, vértigo, pérdida del equilibrio o falta de coordinación; dolor de cabeza súbito y de máxima intensidad.
“Es importante recurrir al médico aunque cualquiera de estas señales haya desaparecido, pero la clave está en la información: saber más sobre el ataque cerebral, identificar sus síntomas y actuar con rapidez es la mejor forma de protegernos. La pérdida de tiempo para un diagnóstico y tratamiento precoz es pérdida de cerebro”, indicó el presidente del Instituto de Obra Médico Asistencial (IOMA), Antonio La Scaleia.
En este sentido y en sintonía con el máximo referente en ACV a nivel local e internacional, Dr. Pedro Lylyk, también director de la Clínica Sagrada Familia, prestadora del Instituto, La Scaleia explicó la importancia de abandonar la nominación de accidente cerebral, llevándola al plano del ataque. “Esto se debe a que el accidente no es algo prevenible, en cambio el ataque sí y justamente eso es lo que debe saber la gente: que puede detectarse por los síntomas y un diagnóstico temprano mejora la capacidad de los tratamientos; además de disminuir las secuela, si existieran”, explicó el presidente de la obra social.
Por eso, la prevención es el otro factor fundamental para evitar este flagelo y la obra social trabaja en este sentido: desde el año pasado lleva adelante una campaña informativa a través de la Unidad de Prevención y Promoción de la Salud. “Seguimos insistiendo que las siglas de ACV las podemos comparar con “Alguien como Vos”, porque siempre pensamos que estas cosas le suceden a los demás, pero la realidad es que le puede pasar a cualquiera”, dijo el presidente del IOMA, al mismo tiempo que acentuó la importancia del autocuidado.
Existen dos tipos de factores de riesgo para el ataque cerebral: los controlables y no controlables. El más frecuente entre los primeros es la hipertensión arterial, presente en casi el 80% de los pacientes que sufren un ataque cerebral en la Argentina. Lo sigue la diabetes, cuyo control es esencial. En la Argentina, el 22% de los pacientes que sufren un ataque cerebral es diabético.
También aparece en esta lista el consumo excesivo de alcohol, que tiene una estrecha y directa relación con el riesgo de sufrir hemorragias cerebrales. Algo parecido sucede con el tabaquismo: el riesgo de sufrir un ataque cerebral aumenta entre un 50% y un 70% en fumadores y el impacto es mayor en mujeres. El colesterol elevado es otro factor de riesgo importante, ya que aumenta el riesgo de que se tapen las arterias, incluidas las que van al cerebro. Por último, hay que tener en cuenta tres cuestiones directamente vinculadas con el estilo y los hábitos de vida personales: el sedentarismo, el consumo de drogas ilícitas como cocaína y otras sustancias, y la obesidad.
“Todos estos factores potencian a otros y aumentan el riesgo y la frecuencia de los ataques cerebrales, por lo que resulta clave y se puede controlarlos”, destacó La Scaleia.
No sucede lo mismo con otros factores de riesgo sobre los que no se puede ejercer control, pero es importante identificarlos para reconocer a aquellos que generan más riesgo de sufrir un ACV.
La edad es uno de ellos: el riesgo de sufrir un ataque cerebral se duplica a partir de los 55 años de edad. Y también influye el género, ya que los hombres están más expuestos que las mujeres a padecer uno. Tampoco hay que pasar por alto la herencia, debido a que todos los estudios muestran que las personas con antecedentes familiares de enfermedad coronaria o cerebrovascular constituyen un grupo de mayor riesgo, igual que aquellos que ya sufrieron un ataque cerebral y pueden padecer otro.
Aunque el peligro de sufrir un ataque cerebral no puede eliminarse del todo, hay conductas a seguir que ayudan a disminuir la probabilidad de que eso pase: los controles médicos regulares, el estricto control de la presión arterial y la diabetes, el abandono total del cigarrillo, la optimización y seguimiento médico de la dieta, la práctica de ejercicio físico bajo supervisión médica, y el control y tratamiento de las enfermedades del corazón.
Desde la Unidad de Prevención y Promoción de la Salud del IOMA se trabaja en la difusión de esta información que puede, ni más menos, salvar vidas.