viernes, 21 de octubre de 2011

¿A quién le importa la corrupción?


opinión

La Presidenta echó al Jefe de Gabinete y a otros tres ministros por peculado

Enfrentó a las cámaras y dijo: "Yo defraudé a mi país. Defraudé a mi pueblo, y ésta es una carga que llevaré por el resto de mi vida".

Había sido el hombre más poderoso de la Tierra y, de pronto, se le evaporó el poder. Richard Nixon renunció a la presidencia de los Estados Unidos (para evitar que el Congreso lo removiera) y luego entonó ese mea culpa. Lo atormentaba el delito que había cometido. El mismo que en la Argentina, a través de la SIDE (antes CIDE, hoy Secretaría de Inteligencia), cometieron casi todos los gobiernos: intervenir los teléfonos de sus adversarios.

No sólo eso; también pesaban sobre él imputaciones que, aquí, resultarían extravagantes. Se lo acusó de:

- Perjurio, por haber negado inicialmente lo que había hecho.
- Obstrucción de la justicia, por haber querido eludirla.

Más allá del caso Watergate, se lo hizo responsable de:

- Corrupción, por favores hechos a quienes dieron dinero para su campaña, como la asociación de productores de leche o McDonalds. A los lecheros los benefició restringiendo la importación de lácteos, y a McDonalds autorizando el aumento de las hamburguesas.
- Abuso del poder y enriquecimiento, por haber usado fondos públicos para gastos privados.

Otro presidente norteamericano, Bill Clinton, debió atravesar el juicio político. Su ordalía resulta, entre nosotros, inverosímil. No se lo acusó sólo de profanar el supremo despacho con un pecado carnal; se le imputó falso juramento ("Nunca he hecho tal cosa") e intentos de "corromper el sistema judicial". Si bien el Senado lo perdonó (por 56 votos a 44), la Cámara de Representantes había decidido destituirlo y, en cualquier caso, él se vio sometido al escarnio público. Al igual que Nixon, terminó confesando ante las cámaras. En un mensaje al país dijo: "Es cierto que tuve una relación inapropiada [?] Yo engañé a todos, incluida mi propia esposa. Lo siento profundamente".

En la acepción corriente de la palabra corrupción (soborno o peculado) hubo, en ciertas ocasiones y países, casos de higiene ética:

- La Presidenta que echó a cuatro ministros, presuntamente corruptos. En unos pocos meses, ella se deshizo del jefe de Gabinete y de los titulares de Transporte, Agricultura y Turismo. Dilma Roussef no tolera que los funcionarios brasileños malversen fondos o reciban dádivas.

- El ex Presidente al que juzgan por haber nombrado "ñoquis". Fue respetado en todo el mundo; pero ahora, ya sin fueros, lo están juzgando por corrupción. Cuando era intendente de París, Jacques Chirac nombró una treintena de empleados que cobraban sin trabajar. Como los "ñoquis" vernáculos; ahijados políticos cuyos padrinos no reciben penitencia alguna.

- El ex Presidente preso por coimas. Chen Shui-bian es el recluso número 1020 de la cárcel de Taipei. La justicia descubrió que había embolsado 9 millones de dólares a cambio de tierras públicas vendidas a precio vil. El dinero estaba en Suiza y él, ahora, entre rejas.

- El que debe pasar más de un cuarto de siglo en la cárcel. A los 25 años por crímenes de lesa humanidad, le agregaron siete años y medio, esta vez por apropiación de fondos públicos. Alberto Fujimori, ex presidente del Perú, está "a la sombra" desde 2009.

- El personaje internacional tratado como delincuente. Fue Secretario General de la OEA pero, antes, presidente de su país. Luego de llevarse 800 mil dólares al bolsillo, Miguel Ángel Rodriguez había adjudicado un contrato de 137 millones para colmar de celulares a Costa Rica. Fue condenado a cinco años de prisión.

- Ningún argentino. O todos los gobernantes de la Argentina fueron limpios o, en algún caso, hubo impunidad. Ni un solo ex Presidente constitucional terminó en la cárcel por corrupción.
Varios fueron, sí, cautivos de militares golpistas; pero sus encierros no fueron señales de justicia sino de atropello.

Un ex mandatario soportó cinco meses de arresto domiciliario. Fue por una furtiva exportación de armas a países que sufrían un embargo bélico impuesto por las Naciones Unidas. Al final, fue declarado inocente.
A otro ex Presidente se lo tiene bajo proceso por presuntos sobornos a senadores. Si los hubo, fue hace once años. El juicio está aún en primera instancia.

Quienes perdieron la libertad fueron los presidentes de facto que, entre 1976 y 1983, cometieron crímenes aberrantes. Fueron condenados en 1985, en un juicio inédito y ejemplar, pero no se les atribuyó corrupción.

En general, los políticos corruptos gozan, en la Argentina, de una solidaridad involuntaria:

* En épocas de bonanza, un eclipse económico impide ver la indecencia gubernamental. Si hoy hubiere peculado, sería invisible. Las encuestas prueban que la corrupción no preocupa demasiado; está muy lejos de las principales inquietudes: inseguridad e inflación.

* En épocas de crisis, la corrupción encoleriza a la gente; pero ensegurida se propaga un prejuicio que favorece a quienes hayan metido "la mano en la lata": si se cree que "todos" los políticos roban, los verdaderos ladrones pasan desapercibidos.

La indiferencia en un caso, y la reacción indiscriminada en el otro, hacen que la corrupción prospere.

Es cierto que las habas se cuecen en todas partes; pero, en algunas, "el que las hace las paga".

Habrá, en algunos casos, persecución política, y podrá decirse que no siempre se juzga con la misma vara; pero es raro que se le imputen delitos a quien no haya cometido ninguno.

El efecto de las condenas es provechoso. Cuando el gobernante corrupto termina en la cárcel, los sucesores están bajo aviso: nada les garantiza que, en caso de pecar, tengan la indemnidad garantida.

El ideal es que ninguna fuerza política encubra a los suyos o use aviesamente la inmoralidad ajena para destruir contrincantes. A eso hay que agregar, en la Argentina, una aspiración: que el afán moralizador no surja durante las tormentas económicas y se oculte en tiempos de aguas calmas.


La lucha contra la corrupción no debe suspenderse por buen tiempo.

Por Rodolfo Terragno