Benedicto XVI inauguró ayer por la tarde la Domus Australiae, un centro de hospitalidad para los peregrinos australianos que vienen a Roma y, en el discurso que pronunció, recordó la cálida acogida que recibió en ese país durante la Jornada Mundial de la Juventud en 2008, así como la canonización, el año pasado de la primera santa australiana, Mary Mac Killop.
"Nuestra existencia terrenal-dijo el Papa- transcurre en camino hacia el objetivo final, donde "ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por el corazón del hombre las cosas que preparó Dios para los que le aman". Aquí en la tierra, la larga tradición de la Iglesia de peregrinación a los lugares santos sirve para recordarnos que nos dirigimos hacia el cielo, nos llama a la santidad, nos acerca cada vez más al Señor y nos fortalece con alimento espiritual para el viaje".
"Muchas generaciones de peregrinos han venido a Roma desde todo el mundo cristiano, para venerar las tumbas de los santos apóstoles Pedro y Pablo y para profundizar su comunión en la única Iglesia de Cristo, fundada en los apóstoles. De ese modo han reforzado las raíces de su fe y, las raíces, como es sabido, son la fuente del sustento vital. Sin embargo, las raíces son solamente una parte de la historia. Según un dicho atribuido a un gran poeta de mi país, Johann Wolfgang von Goethe, hay dos cosas que los hijos deben recibir de sus padres: raíces y alas. También nosotros recibimos de nuestra Santa Madre Iglesia sea alas que raíces: La fe de los apóstoles, transmitida de generación en generación, y la gracia del Espíritu Santo que se recibe en todos los sacramentos".
Así, concluyó el Santo Padre, "los que peregrinan a esta ciudad regresan a sus hogares renovados y fortalecidos en la fe, y sostenidos por el Espíritu Santo en su camino hacia arriba y hacia adelante en marcha a su hogar celestial".