miércoles, 1 de abril de 2015

El riesgo de prometer un cambio y defraudar


opinión

Sólo un plan audaz, un gabinete de coalición, un interbloque Parlamentario y un Consejo Económico y Social impedirán el fracaso No se puede ignorar la fuerza del kirchnerismo para gobernar o no dejar gobernar; en el Congreso podría paralizar decisiones imprescindibles

La gestión de la Presidenta es aprobada por 31% de la ciudadanía e igual porcentaje tiene, en intención de votos, el Gobernador Scioli conforme la encuesta que más lo favorece [OPSM. 15.3.2015]. El porcentaje del candidato podría elevarse si otros sectores peronistas, hoy enfrentados con el oficialismo, terminaran aliándose.

Sobre la base de tales datos, no faltan los partidarios del actual gobierno que se ilusionen con un triunfo que extienda a dieciséis años el reinado kirchnerista.

No es inverosímil que, en la primera vuelta electoral, un oficialista sea el candidato más votado; pero en la segunda, la ciudanía descontenta (69%) ungiría al candidato opositor- . Para evitar eso, el Gobernador Scioli (o quien sea en definitiva el candidato del gobierno) debería cosechar en la primera vuelta 45% de los votos, lo cual luce imposible, o más 40% y una ventaja de 10 puntos sobre el segundo: una variante que tampoco parece viable. La misma encuesta que otorga 31% al Gobernador, le concede al Jefe de Gobierno Macri --después de anunciada su asociación con la Unión Cívica Radical y la Diputada Carrió-- 35%.

Es cierto que otras encuestas muestran un panorama ligeramente distinto, y que es temprano para hacer pronósticos definitivos. Sin embargo, hay una tendencia que impide pensar en la debacle del oficialismo.

Aun en el probable caso de que sea desalojado del gobierno, a partir del 10 de diciembre podrá constituir una oposición poderosa e implacable, con la cual el nuevo gobierno debería transigir o quedar atado de pies y manos.

No le faltarían aliados, en la Cámara baja, para intentar que el nuevo Presidente careciera --pese a la verdadera emergencia económica que deberá afrontar-- los poderes extraordinarios que el Congreso delegó en la actual Presidenta. v Procurará, asimismo, que los eventuales decretos de necesidad urgencia no tengan la aprobación tácita del Legislativo, como ha ocurrido en los últimos años. Tampoco le facilitará al nuevo gobierno la sanción de leyes necesarias para s afrontar problemas que, como la inflación, reclamarán soluciones legislativas. Y si su fuerza fuera insuficiente en el Congreso, presionaría al gobierno desde fuera, alimentando las protesta social. Lo que se viene es una época de vacas flacas y un Ejecutivo débil podría verse desbordado.

El precio de la soja --soporte del crecimiento económico durante una década-- alcanzó los 612 dólares por tonelada en 2012 y ahora está en 360. La situación se agrava por la fuerte depreciación del euro y la devaluación del real brasileño, no compensada por la Argentina, que mantiene su moneda en alto. Si esto no se modifica, será cada vez más difícil exportar y los productos importados inundarán el mercado interno. La devaluación, sin embargo, sería en principio dolorosa y podría entorpecer la lucha contra la inflación, que en 2014 llegó a 23,8 según el INDEC. Aunque fuentes privadas afirman que es más alta, el índice oficial alcanza para ubicar a la Argentina quinta en el ranking mundial de inflación, superando en 100% a la nación que viene detrás: Rusia.

Las cajas del Estado, por otra parte, quedarán vacías. El déficit fiscal primario llegó el año pasado a 23.000 millones de pesos y el financiero a 65.000 millones. La deuda pública, por su parte, equivale a la mitad del producto bruto; y la deuda externa a 40%. Esto en el contexto de una economía que, si no está en recesión, se encuentra estancada. Corregir esos desajustes, así se haga con la precaución de causar el mínimo daño social tendrá costo político. En el Senado el kirchnerismo podría llegar a un tercio más uno. Será necesario, en ese caso, recurrir a transacciones legítimas y a la ardua persuasión de senadores aislados. De lo contrario no podrá evitarse el bloqueo de decisiones que requieren dos tercios de la Cámara o de los presentes. Si no, el kirchnerismo podría bloquear la designación de: · Jueces de la Corte Suprema. · Procurador General de la Nación. · Superintendente de Bancos · Superintendentes de los sistema de regulación.

Por otro lado, también podría impedir:

· La sanción de proyectos de ley enviados por el Ejecutivo en carácter de urgente. · La aprobación de convenios internacionales. · La constitución de comisiones investigadoras. · El desafuero de cualquier senador querellado por corrupción u otros delitos. · La expulsión de un senador condenado por corrupción u otros delitos. · La culpabilidad e inhabilitación de ex funcionarios sometidos a juicio político.

El Jefe de Gobierno (u otro opositor que resulte eventualmente electo) no podrá llegar a la Casa Rosada en soledad. Se encontrará con que es imposible gobernar sólo con los propios y deberá renunciar a más de un punto de su programa.

Ese es el sentido que parece tener el acuerdo del Jefe de Gobierno con la UCR: la búsqueda de un poder efectivo que --aun cuando hoy no se lo admita-- sólo podría lograrse mediante un gabinete de coalición y teniendo un fuerte interbloque parlamentario.

Haría falta, además, la constitución de un Consejo Económico Social, en procura de consensos entre empresarios, trabajadores y la sociedad civil, que diera sustento a algunas de las reformas que el futuro gobierno deberá introducir en la economía.

Pero nada bastará si el acuerdo político no incluye la solidaridad de las partes en la adopción de políticas muy audaces, destinadas a combatir la propia inflación, así como la inseguridad, el narcotráfico y la corrupción. Sería insensato marchar al fracaso seguro como lo hizo la Alianza en 1999-2001. Esa fuerza tuvo un formidable éxito electoral y un cataclismo gubernamental. La causa de su fracaso fue el fatídico 1 a 1 (un peso, un dólar), que no quiso tocar por miedo al costo político, sin prever el costo infinitamente mayor que tendría continuar con aquella ficción. La democracia argentina, necesitada de balance y posibilidad de alternancia, no toleraría el fracaso de otro gobierno no peronista.

Por Rodolfo Terragno